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Política

El derecho a que nos dejen en paz

 

Los teóricos actuales del liberalismo y los estudiosos del mundo vital contemporáneo coinciden en señalar que uno de los rasgos distintivos de la Modernidad es la libertad de que goza cada persona para diseñar su propio proyecto biográfico, para pintar sus sueños y delimitar sus pesadillas. Frente al giro pastoril y a la reivindicación del mundo campestre que hacen algunos, los liberales contemporáneos defienden la ciudad como el espacio propio de la Modernidad, un espacio donde cada uno diseña sus trayectos cotidianos sin depender de la mirada y del juicio ajeno. En la ciudad reina una cortés indiferencia, que permite a los ciudadanos crear con libertad sus ámbitos de relación y superar los condicionantes naturales propios del pueblo.

 

Desde este punto de vista, cabe entender como un retroceso peligroso la política intervencionista que rige en Catalunya, y también en Barcelona, en los últimos años. La intromisión en la educación de los hijos, la obsesión con la lengua que habita el espacio público, la multiplicación pesada de la propaganda institucional (muchas veces con carácter moralista) no son sino ejemplos espigados de una filosofía de fondo, que considera a la administración pública como la guía, la organizadora, el oráculo o el coñazo permanente. Frente a todas estas ingerencias debemos reclamar sin tapujos nuestro derecho a que nos dejen en paz.

 

Ampliación de derechos

La polvareda sobre el aborto ha vuelto a levantarse en los últimos días. Es un debate muy pertinente. Nuestro país tiene la ocasión de dar un verdadero paso progresista y aprobar una ampliación de derechos decisiva: el derecho del no-nacido a la vida. Sólo una decisión así sería verdaderamente transgresora, pionera y, probablemente, histórica.